EL ARMA SECRETA DE LOS MANIPULADORES
Hitler, los trepas y el peligroso lado oscuro de la
inteligencia emocional
Hoy en día estamos muy familiarizados con el concepto de inteligencia emocional (IE). Tanto en el trabajo como en la escuela se insiste cada vez más en la necesidad de que aprendamos a manejar nuestras emociones, algo que, parece, puede solucionar la mayor parte de nuestros problemas. Estamos ya tan acostumbrados a esta idea que se nos olvida que es relativamente novedosa y ni siquiera hay tantos estudios como pensamos sobre ella.
No fue hasta los años 80 cuando el psicólogo
Howard Gardner, dentro de su
teoría de las inteligencias múltiples, empezó a apuntar que
la inteligencia de una persona no debe medirse sólo por sus aspectos cognitivos –la memoria o la capacidad para resolver problemas, que es lo que mide el Cociente Intelectual–, sino también por su capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas (inteligencia interpersonal) y la capacidad para comprenderse a uno mismo (inteligencia intrapersonal).
Los primeros psicólogos que utilizaron como tal el concepto de “inteligencia emocional” fueron Peter Salovey y John Mayer, en 1990, pero éste no fue conocido por el gran público hasta la publicación en 1995 del superventas del también psicólogo Daniel Goleman: Inteligencia Emocional (Kairós). Este libro es uno de los manuales sobre psicología más vendidos de la historia –se han despachado más de 5 millones de ejemplares en treinta idiomas– y se convirtió enseguida en el libro de cabecera de políticos, directivos, educadores…
Casi 20 años después de su publicación, la idea de IE que propuso Goleman permanece inalterable y aún podemos ver la horrible portada de la edición española en manos de cualquier transeúnte. El moderno coaching la considera como un pilar básico en su discurso y no hay responsable de recursos humanos que no insista en la necesidad de cultivar este tipo de habilidades entre los empleados de la empresa. Al fin y al cabo, parece que saber manejar las emociones es siempre positivo. ¿O no?
A mayor inteligencia emocional, mayor capacidad de manipulación
Aunque el concepto de IE es novedoso, no significa que no existiera antes. Los grandes líderes políticos siempre han tenido una especial habilidad para reconocer, entender y manejar las emociones de otros. Y no siempre han utilizado esa capacidad para hacer el bien.
Uno de los más influyentes y carismáticos líderes del siglo XX estudió durante años el impacto emocional de su lenguaje corporal y trabajó sus discursos hasta la extenuación para lograr conmocionar lo máximo posible a su auditorio. Era un genio de la inteligencia emocional que respondía al nombre de Adolf Hitler.
En opinión de Adam Grant, profesor de la escuela de negocios Wharton y hombre de moda en el entorno del management, ha llegado el momento de que maticemos el concepto de IE pues, como ha explicado en un revelador artículo publicado en The Atlantic, “gracias a la aparición de métodos de investigación más rigurosos, hay un creciente reconocimiento de que la inteligencia emocional, como cualquier habilidad, puede ser usada para el bien y para el mal”.
Si vamos a enseñar IE en las escuelas, y la vamos a desarrollar en el trabajo, asegura Grant, “tenemos que considerar qué valores se asocian a ella y dónde es realmente útil”. Grant no duda que la IE es importante, pero asegura que, debido al entusiasmo con que se ha abrazado el concepto, hemos olvidado su lado oscuro: “Cuando las personas perfeccionan sus habilidades emocionales, son mejores manipulando a otros”.
Las ciencias sociales han empezado recientemente a preocuparse por este lado oscuro de la IE. Según ha estudiado Jochen Menges, profesor de comportamiento organizacional de la Universidad de Cambridge, cuando un líder da un discurso inspirado, y con gran carga emotiva, es más probable que la audiencia no se pare a analizarlo y, de hecho, recuerde menos del contenido –algo que recuerda a lo que vivieron los alemanes durante el ascenso del nazismo–. Menges ha bautizado este fenómeno como el "efecto asombro".
Los líderes que manejan a la perfección las emociones pueden robarnos nuestra capacidad de raciocinio. Esto puede ser fatídico en lo que respecta a la política –hay cientos de ejemplos y ninguno bueno–, pero también puede ser un problema en los entornos laborales: cuando una persona de tendencias maquiavélicas tiene además una gran IE puede llegar a lo más alto a base de pisar a todos sus compañeros.
En un estudio dirigido por la psicóloga de la Universidad de Toronto
Stéphane Côté, un grupo de empleados rellenó una encuesta para saber hasta dónde llegaban sus tendencias maquiavélicas y, acto seguido, realizó una prueba en la que se medía su efectividad para manejar las emociones. Tras esto, el equipo de Côté evaluó con qué frecuencia los empleados saboteaban deliberadamente a sus colegas.
Eran las personas con mayor IE las que llevaban sus ideas maqueavélicas a la práctica y las que incurrían en los comportamientos más perniciosos. En definitiva, si
estamos rodeados de trepas, mejor que su IE sea escasa.